La santificación es una doctrina central en la vida cristiana, muchas veces incomprendida o mal enseñada. Es crucial entenderla bíblicamente para no caer ni en el legalismo ni en la pasividad espiritual. En las Escrituras encontramos que la santificación tiene dos aspectos inseparables pero distintos: (1) la santificación posicional y (2) la santificación progresiva. Ambas se desarrollan en la vida del creyente por la obra del Espíritu Santo, la tercera persona de la trinidad y están profundamente arraigadas en nuestra unión con Cristo.
La santificación posicional:
Cuando una persona es regenerada por el Espíritu Santo, justificada por la fe y adoptada como hijo de Dios, al mismo tiempo es santificada posicionalmente. ¿Qué queremos decir esto? Simplemente nos enseña que, en Cristo, hemos sido apartados del mundo y del pecado, y consagrados a Dios. Es una realidad espiritual que ocurre una sola vez y para siempre.
El apóstol Pablo se refiere a esto cuando escribió 1 Corintios 1:2 “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos…”. Notemos que los creyentes ya son llamados «santificados», no porque hayan alcanzado una perfección moral, sino porque han sido apartados para Dios en Cristo.
¡Esta santificación posicional es el fundamento de toda vida cristiana! Nos recuerda que no nos santificamos para ser aceptados por Dios, sino porque ya “nos hizo aceptos en el amado” Efesios 1:6. Nuestra posición ante Dios ha cambiado radicalmente: ahora estamos en Cristo, revestidos de su justicia, adoptados como hijos y herederos del Reino. En resumen, podríamos decir que se trata de nuestra identidad en Cristo.
La santificación progresiva: un llamado a mortificar el pecado
A pesar de que hemos sido santificados en nuestra posición, aún luchamos con el pecado en nuestra experiencia diaria. Un remanente permitido soberanamente por Dios que nos debe recordar a cada instante nuestra necesidad y dependencia completa en Él. Es en este punto donde entra la santificación progresiva, que es el proceso por el cual, “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” 2 Corintios 3:18.
El texto de Romanos 8:13 es clave en este punto:
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”
Este versículo no solo nos habla del peligro de vivir según la carne, sino que presenta una exhortación clara: hacer morir las obras de la carne (responsabilidad humana), por el Espíritu (Soberanía de Dios). Aquí se expresa la tensión continua de la vida cristiana: hemos sido santificados, pero debemos avanzar en santificación.
La mortificación del pecado —como lo enseñaba John Owen— no es opcional, sino parte esencial de la vida cristiana. No podemos crecer en santidad sin una lucha constante contra el pecado. Y, a la vez, no lo hacemos solos, sino “por el Espíritu”. No es una autoayuda espiritual, sino una responsabilidad dependiente en Dios. Déjame ser mas claro aún, en la conferencia denominada Cambios profundos, realiza en Chile, el expositor y autor del libro “Cambios Profundos” el Pastor Nicolás Tranchini uso esta metáfora; “Una persona que está bajo el quitasol o sombrilla de playa recibe la instrucción de broncearse, para cumplir esta orden necesita estar bajo el sol, por lo que debe salir de bajo de la sombrilla y quedar expuesto al Sol, particularmente la persona no debe hacer mas que eso ya que la acción de broncear el cuerpo es externa a el o ella. Es el sol quien broncea”. Así mismo debemos exponernos voluntariamente bajo la palabra de Dios para que el Espíritu Santo obre en santificación.
La dinámica entre posición y progreso
Una comprensión equilibrada de estos dos aspectos es vital. Si sólo enseñamos la santificación posicional, corremos el riesgo de producir cristianos pasivos, confiados en su “posición” sin mostrar fruto de obediencia. Pero si sólo enfatizamos la santificación progresiva sin el fundamento de la posicional, caemos en el legalismo o la desesperanza.
El apóstol Pablo lo explica maravillosamente en Filipenses 2:12-13:
“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.”
El mandato de ocuparnos en nuestra salvación no anula la gracia; más bien, está fundamentado en ella. Dios mismo está obrando en nosotros, y esa obra debe manifestarse activamente. Es decir, no somos santificados porque luchamos contra el pecado, luchamos contra el pecado porque ya somos santificados.
Textos clave para comprender la santificación progresiva
Además de Romanos 8:13, la Biblia está llena de llamados a una vida creciente en santidad:
Hebreos 12:14: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”
Esta es una exhortación clara a buscar activamente la santidad. No es opcional.
1 Tesalonicenses 4:3: “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación.”
La voluntad de Dios no es un misterio: quiere nuestra santidad, y eso incluye una pureza práctica en todos los ámbitos.
Colosenses 3:5-10: Aquí Pablo llama a “hacer morir” lo terrenal, y “vestirse del nuevo hombre”. Es una imagen poderosa del proceso continuo de despojo y renovación.
Gálatas 5:16-25: Este pasaje contrasta las obras de la carne con el fruto del Espíritu. Crecer en santificación es evidenciar ese fruto en nuestra vida diaria.
La esperanza de la santificación futura
Aunque este artículo se centra en la santificación posicional y progresiva, no podemos olvidar que un día la santificación será completa. Cuando Cristo regrese, seremos glorificados, y el pecado ya no tendrá más lugar en nosotros.
“El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23)
Conclusión
La santificación del cristiano es un milagro continuo. Es iniciada por Dios, fundamentada en la obra de Cristo, sostenida por el Espíritu, y requiere nuestra activa obediencia. Hemos sido santificados en posición, pero ahora estamos llamados a avanzar en santidad progresiva. No para ganar el favor de Dios, sino porque ya somos suyos.
La vida cristiana no es una perfección instantánea, sino un peregrinaje constante hacia la semejanza de Cristo. Que vivamos, entonces, como quienes han sido apartados, buscando cada día ser más como nuestro Salvador, hasta el día en que le veamos cara a cara.