En muchos círculos cristianos, hablar de ansiedad, depresión o incluso sexualidad sigue siendo, en el mejor de los casos, incómodo, en el peor un hecho inexistente. Sin embargo, durante la reciente conferencia “Consejería Bíblica 2025” centrada en el acompañamiento y cuidado del alma, se plantearon verdades urgentes que invitan a una reflexión profunda: el evangelio no evade el sufrimiento, lo enfrenta.
La depresión y la ansiedad
Temas abordados por los pastores Josué Ortiz y Juan Moncayo predicaron en como estos padecimientos son de las luchas más recurrentes en la comunidad de la fe, pero también son de las menos atendidas con seriedad. El 30% de los creyentes las enfrentan completamente solos. “Creer que por leer un texto bíblico se soluciona todo es un error”, se dijo sin rodeos. No se trata de recetar versículos como si fueran analgésicos espirituales, sino de mirar el dolor con honestidad y acompañarlo con sabiduría.
Resaltaron el por qué la ansiedad es un factor paralizante y nos atrapa en una incertidumbre constante hacia una incapacidad para actuar. Frente a esto, el evangelio no se presenta como un calmante momentáneo, sino como una verdad transformadora. “Solo la palabra de Dios puede sanar”, afirmaron los ponentes. Pero sanar no significa simplemente dejar de sufrir. El objetivo de la consejería bíblica no es solo hacer sentir mejor, sino glorificar a Dios en toda circunstancia, incluso en medio del caos.
La clave está en reconocer nuestra caída, en no negar el pecado, sino correr hacia Aquel que ya lo ha vencido. “Dios ve nuestros miedos. No es lejano. No se queda quieto.” Su cercanía es una promesa y también un llamado: a confiar, a entregarse, a recordar que, aunque las cosas no sean como queremos, siempre están bajo Su soberanía.
En esta lucha, la iglesia no puede ser espectadora. Tiene un papel crucial como acompañante, como espacio seguro, como comunidad que abraza sin juzgar. Porque el objetivo no es solo dejar de sufrir, sino ser como Cristo y recuperar el diseño original de Dios para nuestras vidas.
Frente a la ansiedad, también se mencionó la importancia de distinguir entre el temor real y el temor pecaminoso. Aprender a pausar, meditar, cuestionarse. Reconocer que hay ídolos en el corazón que alimentan nuestras dudas, y que darles lugar es abrir la puerta a la incredulidad. “Yo no puedo, Dios sí”, se repitió como un recordatorio necesario. También se subrayó que cuidar del cuerpo es espiritual, y no debe minimizarse bajo una falsa espiritualización.
La atracción al mismo sexo y el evangelio
La conversación no se quedó ahí, el pastor Nathan Díaz abordó uno de los temas más difíciles dentro de las iglesias: la homosexualidad. El llamado no fue al rechazo, sino al discernimiento. “Es necesario diferenciar entre amor y conducta sexual”, se dijo, apuntando a la necesidad de conocer la raíz de nuestras luchas. No se trata de negar la experiencia, sino de identificar los deseos, ideas o fantasías que nuestro corazón fabrica —y que a veces se convierten en ídolos— para poder intercambiarlos por algo mayor: la verdad del Dios incorruptible.
La conferencia no solo ofreció contenido bíblico, sino un espacio honesto para reconocer que el dolor también habita en la vida cristiana. En un mundo donde el sufrimiento emocional suele esconderse tras sonrisas dominicales, este llamado fue claro: la iglesia debe ser un refugio, no un tribunal. La fe no anula el dolor, lo ilumina. Y mientras más conscientes seamos de nuestras luchas internas —ansiedad, identidad, pecado o quebranto— más necesitados estaremos de una verdad que no cambia: solo en Cristo hay redención completa. No se trata de tapar heridas con espiritualidad superficial, sino de caminar hacia una transformación real, donde el evangelio no es teoría, sino consuelo, dirección y vida.

